martes, 30 de marzo de 2010

Arte, cultura y arquitectura en la Alta Edad Media

por Ramòn Ramìrez Ibarra


i bien la caída definitiva de Roma se da en el siglo V, poco antes de ese momento fue posible experimentar algunos elementos que darían origen a la muy particular fisionomía presentada por el arte occidental de los siglos V – X. En realidad ya en el siglo III comienzan a delinearse las formas que caracterizarán al arte de la Alta Edad Media, a través de la expresión que desarrollan las primeras comunidades cristianas, y que más tarde(s. IV) es el arte protegido y realizado por orden de la iglesia.

Este período de experimentación nació en la cultura cristiana dentro de la Roma imperial, con sus políticas de exclusión y agresividad a los grupos subalternos como judíos y cristianos. Las leyes romanas prohibían enterrar muertos dentro de la ciudad por lo cual éstos últimos comenzaron a excavar en el subsuelo de Roma largas galerías, donde las familias cristianas —las ricas en su mayoría— construían auténticos cementerios donde los difuntos esperaban la resurrección.

Esta costumbre se prolongó sólo hasta la consolidación del Edicto de Milàn (313), casi al terminar el siglo IV y dejó una herencia artística muy interesante en dichas galerías llamadas catacumbas, en material escultórico e iconográfico que los investigadores del fenómeno llaman arte paleocristiano. (Palol:1976).
Para la pintura hay pocos elementos estilísticos y técnicos de innovación, pues es básicamente romano en su representación, el ornato de las tumbas en cambio es una expresión de las ideas y sentimientos de una cultura que en ese momento se encontraba llevando a cabo su culto en la clandestinidad.
Esa situación no duró tanto tiempo como algunos historiadores exégetas del catolicismo aparentan en sus relatos, pues Constantino bajo una política proteccionista en la cual deposita las expectativas de orden y control en una gobernanza teocrática (iglesia), emprende un proyecto de monumentalizarían basándose en los ideales de la antigüedad helenística, con lo que vemos surgir la máxima expresión sintética del arte cristiano de ese tiempo: la basílica, que era una referencia de Cristo como basileus, es decir, rey en griego.
El principal depositario de la naciente cristiandad va a ser la arquitectura, pues hay desde la adaptación de antiguos templos paganos a necesidades eclesiásticas hasta basílicas nuevas con tres naves, aunque sin las bóvedas monumentales romanas.

Hasta aquí podemos hablar de una separación que se gesta entre la representación artística de oriente y occidente, pues las invasiones bárbaras (germanos y hunos) vinieron a colapsar las instituciones de occidente mientras la amenaza sasánida sacudía al oriente. Sin embargo, este último resistió y Bizancio se erigió como el último bastión de una cultura romana que en realidad expresaba un sincretismo entre las instituciones paganas, la religiosidad cristiana y la cultura del medio oriente. Y no sólo eso, sino que limitó y acorraló la posibilidad de una totalidad de dominio militar germánico.

Mientras en Occidente, los hunos que eran nómadas y perseguían el pillaje y saqueo de los antiguos centros romanos no dejaron una huella en la fragmentación y aculturación de la zona más que por la vía militar directa, los germanos, de tendencia sedentaria, además de botín y tributos, buscaban tierras donde asentarse, situación que algunos historiadores han denominado como la verdadera causa de la caída del imperio romano: las migraciones interiores. Por ello hubo más de 100 pactos efectuados entre el imperio y las tribus bárbaras en un lapso de 80 años, entre el 395 y el 476, (Maier:1975,126)

No pasó mucho tiempo para que se comenzara a hablar de estados germánicos, reinos tribales que por conveniencia política, estabilidad territorial y deseo de poder, coexisten con tres elementos clave del antiguo pasado de la zona: la institucionalidad romana como garantía de legitimidad, la cristianización como expresión de civilización y la fragmentación cultural sujeta a un control hegemónico.
La Alta Edad Media es la época en la cual se suceden continuos movimientos migratorios y de asentamiento, en el cual las tribus germánicas son el artífice para el mantenimiento de otras oleadas migratorias que terminarían por detonar un aumento demográfico que llevó al resurgimiento de las ciudades. (Elias:1994,282). Pero, antes de llegar a esta época hablamos de un proceso de aculturación regional que abarcó las antiguas zonas romanas desde España (Vandalos, suevos y visigodos) hasta Inglaterra (Anglosajones), Francia (Visigodos, burgundios), Italia (Ostrogodos) y Alemania (Francos). Al final, el único superviviente claro, fueron los reinos francos que se unificaron a través de los merovingios y luego, bajo Carlomagno.

Como en todo proceso de aculturación regional, el arte presenta características distintivas en pequeñas zonas geográficas, además de permitir su identificación con el contexto cultural en el cual se desarrolla. A este arte, surgido de entornos de inestabilidad política, guerras y reordenamientos territoriales entre el siglo V y X occidental, muchos especialistas le denominan “prerrománico” como una manera de brindar una síntesis general para una tarea bastante difícil de sostener de manera unificada. (Calders:1980, 147).


Arte Prerrománico
El arte prerrománico se puede entender como la forma de expresión simbólica y artística de una gran variedad de pueblos tras la caída definitiva de la Roma imperial. Abarca desde las primeras manifestaciones pictóricas, iconográficas, escultóricas y arquitectónicas de los grupos germanos asentados en los territorios romanos en un lapso de cuatrocientos años y termina con el surgimiento de abadías y monasterios que son el núcleo central de la cristiandad a finales del siglo X.

El prerrománico es un precursor del románico en el sentido de que rinde testimonio del proceso sincrético tanto político como religioso que viven los pueblos germanos hasta antes de los intentos de unificación imperial germana que impulsan estilos con la misión específica de contribuir a la contención de una nueva oleada de migración, de la cual ahora, en el año mil, son la fuerza de contención.

Los pueblos godos formaron una de las ramas más importantes de los pueblos bárbaros con una larga tradición de convivencia con los romanos y su división generó también una particular muestra de arte según su región. Los ostrogodos fueron los godos que se asentaron en Italia procedentes del Este, a ellos se debe la conservación de muchas obras de arte y arquitectura de Roma ya que fueron objeto de restauración por parte de sus reyes cuando estuvieron ahí. Su enemigo principal en realidad fueron siempre los hunos y con base en acuerdos con el emperador bizantino Zenón derrotaron a estos casi de inmediato a la toma de Roma por Odoacro.
Tras un breve período de forcejeos con Justiniano el emperador bizantino fueron definitivamente derrotados por el Imperio Bizantino, con el paso del tiempo fueron asimilados por otros grupos que se asentaron en Italia y principalmente por los francos. Además de la restauración de las obras romanas dejaron dos muestras artísticas que sobreviven a instancias de uno de sus reyes más importantes, Teodorico. Estas son procedentes de Ravena: su Mausoleo y la Basílica de Sant Apollinare Nuovo.

Los visigodos, procedentes del Oeste, se asentaron en la península ibérica y durante un buen tiempo gracias a los tratos con Roma se convirtieron en los principales defensores de las fronteras romanas. (PAL:1986,24). Fueron una importante fuerza de colonización y contención durante gran parte de la Edad Media, ya que poseían una cultura bastante romanizada, además de haber sido cristianizados en épocas tempranas pero en la doctrina arriana gracias al contacto cultural con Bizancio lo que fue motivo de choques constantes con los hispanorromanos católicos. Pero con el rey Recaredo (586-601), esta situación terminó dando lugar a la unificación religiosa, la cual sin embargo, no se vio reflejada en la lucha con los árabes que terminaron conquistando la península en el 711.
La cultura visigoda, si bien no fue una aportación distintiva en lo colectivo, si destaca en torno a una figura individual clave del pensamiento medieval: San Isidoro de Sevilla (560-636) que a través de sus Etimologías ejerció un importante legado educativo para Occidente. En su arquitectura, se destacó el uso del arco de herradura y la piedra como material constructivo, no sin quedar en evidencia los elementos diversos que componían la región, mezcla de influencias bizantinas, romanas y árabes. En la orfebrería, en cambio, es posible encontrar muestras más detalladas de su cultura en su línea de procedencia centroeuropea con adornos, coronas, broches y grabados en oro y piedras preciosas, aspecto más ligado a su propia identidad cultural que al sincretismo de la zona. Hacia el siglo VIII, el arte que definitivamente formó la síntesis prerromànica, fue el resultado de la primera tentativa de centralización del poder bajo los ideales de restauración romana, hablamos del arte impulsado por la reforma educativa de Carlomagno, es decir, el producto del renacimiento carolingio. Gracias a la recuperación de los manuales de la Antigüedad (como De architecture de Vitrubio) así como de expresiones tales como los Libros carolingios (790), la arquitectura se convierte en una de las artes más importantes en la cual se conjugan los intereses teóricos, religiosos y morales.(Nuñez y Perez:2003,34).

En un primer momento, la influencia bizantina se presentó en la mayoría de los templos e incluso llegó hasta el propio palacio de Carlomagno, del cual sólo sobrevive la capilla de Aquisgrán destinada a guardar sus restos. Pero, más tarde, bajo los otones, la arquitectura presentó una singular fisonomía que reflejaba la mezcla de los elementos clásicos y germánicos. Con Magdeburgo (955) la primera catedral suntuosa, iniciaba una serie de templos en Maguncia, Bamberg o Colonia que revelaban esta mixtura estilística en un solo lenguaje arquitectónico. La escultura no corrió con la misma suerte que la arquitectura y lo poco destacado se presentó como ornato arquitectónico por medio de capiteles y planchas con relieves. Pero el único rival del desarrollo de la arquitectura en el arte carolingio, en el sentido de producción y calidad estética, fueron las pinturas de los manuscritos, trabajo donde el miniaturista y el copista establecen labores de conjunto con una compleja técnica y no menor destreza representativa. Este interés en ilustrar los libros, coincide con el impulso educativo del renacimiento carolingio en la creación de abadías y monasterios —centros de enseñanza y difusión de la época— dentro de un auténtico proceso de reforma intelectual que inició el ciclo de reencuentros occidentales con los ideales de la cultura grecolatina.

Bibliografía

Calders Giovanni y otros. (1980). Historia del arte. Biblioteca Temática UTHEA. San Sebastián, España.

Elias Norbert. (1989).El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas. F.C.E. 2ª.ed., México.

Maier, Franz Georg. (1975). Las transformaciones del mundo mediterráneo. Siglos III-VIII. Siglo XXI. 3ª ed; Madrid, España.

Nuñez Rodrìguez Manuel y Teresa Perez Higuera. (2003). La Alta Edad Media y el islam. Dastin. Madrid, España.

PAL y varios. (1986). La Alta Edad Media. Bilbao.

Palol Pedro y varios. (1976). Historia del arte. Salvat Editores. Barcelona-México.


jueves, 25 de marzo de 2010

El imperio romano de Oriente y Bizancio, arte e historia

por Ramòn Ramirez Ibarra


Por lo general, el período que acompaña la desintegración del imperio romano tras las múltiples invasiones y guerras internas en su territorio, buena parte de ellas libradas en el mundo mediterráneo, se han abordado bajo el emblema de una “leyenda negra” que muchos historiadores con un buen método crítico no dudan en desmentir:


“Las perspectivas han sido falseadas y limitadas por un humanismo clasicista asociado al concepto de estado nacional. Del clasicismo proviene la caracterización de una época como decadente. A partir de sus normas culturales, en la transición de la Antigüedad a la Edad Media, sólo puede verse decadencia y destrucción, embrutecimiento bárbaro, por un lado, y degeneración oriental, por otro”.

(Maier:1975, 9)


Esta imagen sórdida y decadente, se impone con frecuencia a la hora de indagar en el pasado de culturas cuya proximidad con la occidental sea producto de una ambivalencia, como si fuera una relación de amor y odio en la cual los protagonistas viven dentro del círculo vicioso de su reconocimiento mutuo, a veces aliado y otras enemigo. Tal es la relación entre el imperio romano oriental, Constantinopla o Bizancio con los poderes religiosos y seculares que mantuvieron viva la esperanza de unidad, fuerza y control de la época expansionista de la antigua Roma.

La historia de la Roma Oriental, comienza con la victoria de Constantino (280-337), calificado por los cronistas de filiación religiosa cristiana como El Grande, un primer emperador romano cristiano. Tras su triunfo militar muchas de las medidas tomadas en el llamado Edicto de Milán (313) que fue un consejo supremo entre los generales Maximino, Lucino y el propio Constantino, son tendientes a mantener el orden y control de una Roma cada vez más frágil y necesitada de cierta unidad básica, la cual se gesta a partir de la declaración de apertura religiosa en el imperio, lo cual ponía fin legalmente a la persecución religiosa de los cristianos, aunque Constantino siguió ejerciendo también su función de pontífice del culto pagano que seguía siendo la religión de la mayoría de amplios sectores romanos y por supuesto, del ejército. Tras un breve período de disputas militares con los otros generales, en las cuales un punto medular fue el tema del apoyo a la libertad religiosa, que introducía la legalidad de la vida y culto cristiano, se erigió como emperador absoluto en el año 324. (Candau:2009)

Muchas de las políticas de Constantino fueron una clara invitación a dirimir disputas internas con el fin de pacificar el interior del imperio, y para tal efecto, convocó al Concilio de Nicea (325) que fue el primer intento de unificar criterios en torno a una comunidad creciente en adeptos y fuerza económica y social, los cristianos. El concilio terminó con la condena hacia aquellos movimientos cristianos que no promulgaran la naturaleza divina de Cristo.

Otra de las políticas de Constantino, fue reconocer la estrategia de los últimos emperadores romanos quiénes basaban la tarea de gobernar bajo un esquema itinerante que permitiera un reconocimiento de las diferentes regiones del imperio. La gran capital romana, sede de las magistraturas y el Senado iba quedando rezagada en sus funciones administrativas, las cuales seguían al emperador y en consecuencia, la Roma – capital era más un símbolo de una época de poderío institucional que un poder real y efectivo.


Así, Bizancio, una antigua colonia griega, hoy Turquía, se convirtió en el año 330 en Constantinopla, la nueva Roma. Para Constantino, no pasaron desapercibidos los argumentos y la fuerza intelectual de los cristianos condenados por el Concilio de Nicea, la mayoría de los prelados asistentes venía de Oriente, de lengua griega y marcaban una diferencia clara respecto a la naciente curia romana occidental, empobrecida y necesitada de afirmación a través de la ortodoxia.
No fue casualidad que Constantinopla, con una ubicación cercana a la desembocadura del Danubio en la frontera del imperio persa, se convirtiera rápidamente en una ciudad rica, controlando flujos económicos procedentes del Asia Menor. La circulación de mercancías y productos fortaleció sus estructuras administrativas y militares, lo cual, a diferencia de su homóloga occidental, le permitió resistir intentos sucesivos de invasiones.

La ciudad de Constantino concretó la existencia de un nuevo centro religioso, político, militar y económico que había dado claras señales de desarrollo desde un par de siglos atrás, mientras que en la nueva capital romana, sus nuevos edificios, las murallas protectoras, casas señoriales, baños y plazas dejaban constancia de la transformación y persistencia de un legado romano convertido al cristianismo, pero en una región cambiante y cosmopolita. (Ver Baynes:1966,17)

Tras la muerte de Constantino, este ascenso oriental no se vería en retroceso, sino que se complementaría con una cristianización plena de la ciudad que traería como consecuencia su expansión hacia Europa oriental, gran parte de ella sostenida por misiones de evangelización como la efectuada por el célebre apóstol Cirilo (al que debe su nombre el alfabeto hoy en día usado en muchas de estas regiones).

Mientras que Roma, caía definitivamente en el 476 bajo el huno Odoacro, Bizancio había consolidado su poder bajo el reinado de Teodosio I (379-395) y tras la aparición de la llamada dinastía leoniana (475-518) incluso llegó a convalidar el reinado de Odoacro en Roma por medio de la petición de este al emperador de Oriente, Zenòn (474-491) para ser elevado al rango de patricio. Sobra decir que el dinero y la influencia oriental propiciaron la muerte del bárbaro conquistador de Roma y patrocinando una nueva invasión, esta vez ostrogoda, daría inicio el segundo período de la historia bizantina, caracterizado por la obra de Justiniano I (527-565).

Justiniano encabezó la mayor ofensiva militar del nuevo imperio oriental, pues se dio a la tarea de reconquistar territorios romanos ocupados por los bárbaros e intentó centralizar las instituciones a través de la voluntad imperial en los territorios recobrados. También establece una relación estrecha con la Iglesia romana y reforma diferentes instituciones administrativas, pero el sueño de expansión, se ve truncado por dos factores, la cada vez más honda separación entre vida y costumbres de la población oriental respecto a Occidente y la epidemia de peste que azotó al imperio, como consecuencia de la extensa red de intercambios comerciales y humanos en la zona.

Posteriormente en la dinastía heracliana (610-717) se logró detener las invasiones árabes y se puede hablar formalmente de un imperio bizantino, integrado ya por habitantes de Bizancio con costumbres y cultura griega, pero éstos no adoptaron el gentilicio de bizantinos sino que se consideraban a si mismos como romanos. Este imperio, sería capaz de resistir los intentos de invasión a Europa durante el reinado de los iconoclastas (Leòn III y IV, Constantino V y VI). Estos emperadores iconoclastas fortalecen una organización civil y militar y restringen las facultades de los religiosos y monjes, lo que dio origen a disputas constantes entre las administraciones seculares, señoríos territoriales aristocráticos cada vez más pronunciados y la Iglesia como acaparadora de tierras para monasterios excluyéndose de gravámenes civiles. En este entorno, el mediterráneo deja de convertirse en la vía privilegiada para la actividad económica de oriente y se vuelve un área dominada por los musulmanes. Venecia se vuelve prácticamente el único enclave de fuerza económica activa para el imperio oriental en el mediterráneo.

La coronación de Carlomagno por el papa en el año 800, envío un claro mensaje al imperio romano oriental, el occidente se organizaba en torno a dos poderes en comunión, el civil y eclesiástico, mientras que la Roma oriental se veía cada vez más envuelta en problemas para mantener las fronteras de su imperio y en constantes disputas internas. Después del año mil, los turcos se convierten en la principal amenaza para Bizancio, y a estos se añadirían las Cruzadas (1202-1204) que trasladarían la guerra de rapiña y saqueo dirigida hacia Jerusalén, en un objetivo mucho más viable dado el fracaso de la expedición inicial: Bizancio. (Ver Martìn:2007)

A partir de esta fecha, el imperio romano oriental se mantiene como un enclave de supervivencia cristiana en oriente, se confina únicamente hasta la ciudad, y termina definitivamente subyugado ante los ejércitos turcos en 1453 ante el horror de occidente, pero también su complacencia.


El arte bizantino

Gracias a la historia política y social de Bizancio, sabemos que fue una cultura con una vasta red de influencias que abarcaban desde el plano educativo hasta económico. Desde esta perspectiva, es notable que su influencia y producción cultural exprese toda una gama de actividades y hechos acontecidos en su entorno geográfico.
Su arquitectura es una muestra de las más representativas de esta afirmación, pero esa la veremos en otro apartado especial, mientras en este espacio hablaremos de las artes decorativas y ornamentales que sucedieron en compañía de su impactante arquitectura.

No es por azar que la asociación entre artes visuales y arquitectura, sea tan pronunciada en el arte bizantino, pues éste busca diferenciarse del clasicismo griego y romano a través de la ilusión por el color. Calders nos indica esta característica:


“La pintura se convierte en el elemento esencial de esta nueva arquitectura, a la que empapa íntimamente revistiendo los pavimentos, las bóvedas, las paredes, el intradós de los arcos, y, a veces, toda la superficie, sin dejar el menor espacio libre. Y para identificarse mejor con los muros del edificio, para convertirse en su propia materia, la pintura se hace mosaico, una pintura para la eternidad que participa de la solidez y dureza de ese muro”.

(Calders:1980,128)


La calidad cromática de los colores de sus pinturas establece una distancia respecto al mundo de sombras, luces y matices de la pintura clásica, y en este juego radica el principal elemento de innovación, sus técnicas decorativas en mosaico policromo y en una segunda opción, de frescos y pinturas abundan en los interiores de sus construcciones religiosas. Fue tan fuerte esta influencia pictórica que incluso, se estableció un gusto bien definido por las ilustraciones de libros entre la aristocracia (Palol y otros:1979, 97).

El arte de miniaturas y manuscritos fue tan popular que sobrepasó incluso a la influencia de los pintores de mosaico y mural y es una muestra de una sorprendente artesanía gráfica muy atenta a las vicisitudes de lo narrado en el manuscrito. (Lassus:1979, 129)

Otras muestras representativas y muy interesantes, se pueden encontrar en la decoración interior de iglesias y edificios por medio de esculturas y relieves, también en el tallado en marfil a base de placas esculpidas o bien las técnicas de ataujía mediante el uso de láminas de oro obteniendo dibujos sobre fondos de acero.

En conclusión, la historia del imperio romano de oriente en su arte, es un buen reflejo de la variedad de intercambios económicos y culturales de su territorio y no manifiesta un sentido decadente o ajeno a occidente, con el que numerosos eruditos de tendencia clásica se han pronunciado respecto a este pasado.

Bibliografía


Baynes N.H. (1966). El imperio bizantino. 4ª ed; México.

Calders Giovanni y otros. (1980). Historia del arte. Biblioteca Temática UTHEA. San Sebastián, España.

Candau Moròn, Josè Marìa. (2009). El nacimiento del imperio cristiano: Constantino. Publicado en Historia NATGEO. Nùm.32. España.

Lassus, Jean. (1979) Cristiandad clásica y bizantina. AGGS – Industrias gráficas. Rìo de Janeiro, Brasil.

Maier, Franz Georg. (1975). Las transformaciones del mundo mediterráneo. Siglos III-VIII. Siglo XXI. 3ª ed; Madrid, España.

Martín, José Luis. Las cruzadas. Dastin SL. Madrid, España.

Palol Pedro y varios. (1976). Historia del arte. Salvat Editores. Barcelona-Mèxico.

domingo, 21 de marzo de 2010

GRAMÁTICA BÁSICA Y LINGÜÍSTICA DEL TEXTO

por Ramón Ramìrez Ibarra


Conociendo de antemano, los problemas representados en el hecho de proponer un texto adaptado a circunstancias pedagógicas específicas, comenzaré por establecer una diferencia entre las disciplinas involucradas en el acto de redactar un texto. Antes de someter las peculiaridades de la redacción a una extensa red de conceptos derivados de las reglas gramaticales, quisiera retornar a un problema muy sencillo que los esfuerzos taxonómicos de la Edad Media, durante al menos diez siglos, distinguieron como estructura de la enseñanza del lenguaje: El trivium.

El Trivium era parte de una estructura agonística de la enseñanza, en la cual se dividían las llamadas artes liberales (artes de preparación intelectual que no servían para ganar dinero, a diferencia de las artes mecánicas o manuales ) en siete disciplinas, bajo el nombre de Septennium. En un grupo quedaban ubicadas cuatro disciplinas llamadas Quadrivium (Música, Aritmética, Geometría y Astronomía ) y en otro, tres disciplinas, el Trivium, donde se concentraría la Gramática, Dialéctica y Retórica. En este grupo tripartita, la actividad de la comunicación tenía una finalidad persuasiva, como ha indicado el maestro Alfonso Mendiola, gramática y retórica tenían que ver con el uso del lenguaje y la dialéctica con el uso del pensamiento, es decir, la lógica de los razonamientos.[1]

De antemano, se hacía evidente la separación entre la expresión correcta de una idea por medio del razonamiento (Lógica), la expresión adecuada por medio de la sintaxis (Gramática) y el efecto del mensaje, por medio de la persuasión ( Retórica ). Desde la antigüedad grecolatina encontramos ya esta percepción de la actividad comunicativa en la enseñanza, desde Hipias de Elea (460 a.C), donde está el lejano origen del arte liberal, pasando por los clásicos Platón y Aristóteles, Gorgias, el político y militar romano Marco Terencio Varrón, en la Edad Media Quintiliano y San Agustín hasta extinguirse casi por completo a finales del s.XIX, cuando la acentuación científica se orienta a la lógica y la enseñanza de la lengua, en la gramática.
Hoy en día, los manuales de redacción, o bien los denominados libros de competencia comunicativa, en sus múltiples facetas de estrategias facilitadoras para la producción de textos,[2] por lo general, haciendo caso omiso de esta historia, concentran su atención solamente en el fenómeno lingüístico como un fenómeno abstracto, el cual tiene una existencia mecanizada por medio de la forma. Como ya había advertido Ferdinand de Saussure a principios del siglo XX respecto a la enseñanza lingüística “...la lengua aparece regulada por un código; ahora bien, ese código es a su vez una regla escrita, sometida a un uso riguroso: la ortografía; eso es lo que confiere a la escritura una importancia primordial. Se acaba por olvidar que se aprende a hablar antes que a escribir, y la relación natural queda invertida”.[3]

A pesar del señalamiento de Saussure, la moderna lingüística estructural se concentró en la oposición entre lengua y habla o sincronía y diacronía, abordando el problema del sentido, como una entidad analizable por medio de la frase. El funcionalismo, inspiración de las corrientes lingüísticas de ese tiempo como el Círculo de Praga, intentaron estudiar la lengua separada del habla, en tanto objetos de estudio diferentes, por lo que el sentido de un texto se definía por medio del análisis sintáctico de la frase. Al estudiar la frase, se tendía a representar a la sintaxis como si esta fuera la forma más interna del lenguaje, bajo la idea de que la lengua se objetivaba como un código.[4]

Por esta razón, desde hace algunos años, la lingüística ha cambiado su interés al analizar la comunicación, pasando del estudio de la frase al discurso, debido a que la cadena mediante la cual se inicia la comunicación, es un proceso donde la palabra se convierte en habla, es decir, que ningún signo o frase sin contexto tiene sentido. La parte empírica y concreta de la comunicación es el habla, así que en la misma sintonía, sería una unidad mayor que la frase, el discurso, quién da cuenta del aspecto esencial de todo mensaje construido: el efecto en los hablantes.

El retorno de esa auténtica estructura concreta de carácter procesual, que era el Trivium, se manifiesta entonces, en la renovación de los estudios lingüísticos, donde se procede a observar la convención lingüística más que el aislamiento de unidades sintácticas. Ahí se encuentra también la fundamentación lingüística del enfoque centrado, no en el uso vertical de normas abstractas del lenguaje, sino en los actos de habla.

La gramática tradicional, basada en el estudio de la oración y su subdivisión en simple ( en cuya estructura aparece sólo un verbo conjugado ) y compuesta ( que tiene más de un verbo conjugado ), donde hay una constante suma de elementos abstractos, revela su insuficiencia para acentuar el hacer de la lengua, la actividad pragmática de la misma, que trata de ver, además de la abstracción y combinación de la lengua, su uso, determinado por situaciones, contextos, intenciones y diversidad cultural en los participantes, ya que se identifica a la lengua como una unidad integrada de significados socioculturales con intenciones personales, donde todos los actos verbales utilizan el lenguaje con la intención de conseguir diferentes objetivos, que pueden ser enseñar, convencer, informar, argumentar, motivar o vender, etc, acciones donde el habla se revela como esencial para la vida de la sociedad.


Este enfoque llamado lingüística del texto, es el que deseo rescatar como fundamento básico de una gramática centrada en los hablantes. Por ello, propongo comenzar a registrar las diferentes variedades de conceptos que nos ofrece este enfoque, que a diferencia de la lingüística dirigida a lingüistas, considera que la lengua es un fenómeno integral que representa una mediación entre el hombre y la cultura.

CONCEPTOS CLAVE DE LA LINGÜÍSTICA DEL TEXTO

a) Las lenguas, debido a su variedad polisémica, se clasifican en:

a1) Diastráticas: Relacionadas con la distribución y estratificación social de los hablantes, también denominadas sociolectos. Estas variedades están motivadas por una pluralidad de factores: edad, sexo, hábitat, nivel académico o social.

a2) Diatópicas: Son aquellas que relacionan al hablante con su origen territorial. Hay una distinción entre lengua, dialecto y habla local.

a3) Diafásicas: En el uso individual que el hablante hace de su lengua puede tomar un registro u otro según las circunstancias. Entre los factores se encuentran: tema del discurso, el medio o canal, la relación emisor – receptor, así como la personalidad del hablante.

b) Contexto verbal: es todo lo que rodea lingüísticamente a una palabra. Puede ser por significado objetivo (denotativo) o connotativo (subjetivo), o bien por límite lingüístico del sistema: Contextual si está en el entorno lingüístico, o Situacional cuando no se define por el entorno lingüístico.

c) Texto: es cualquier manifestación verbal que se produce en un intercambio comunicativo. Se considera texto tanto una muestra de lenguaje oral como una muestra de lenguaje escrito. Sea del tamaño que sea. No existe ninguna extensión prefijada para que un conjunto de palabras pueda constituir un texto. Los límites dependen de la intención comunicativa del hablante. Para que una muestra verbal sea texto tiene que tener un tema, hablar acerca de algo, tener una intención.


Todo texto tiene tres dimensiones fácticas:

1) Carácter comunicativo: expresa algo a alguien.

2) Carácter pragmático: lo expresado tiene una intención.

3) Estructura basada en las reglas gramaticales y textuales, es decir, comparte un conjunto de convenciones entre los hablantes que permiten la comunicación.

Entre sus propiedades destacan las siguientes:


I) Aceptabilidad (Acuerdo del vínculo entre oyentes y hablantes por medio de un código común).

II) Intencionalidad ( Objetivo de la comunicación ).

III) Informatividad ( Nombrar un hecho, situación, palabra o signo ).

IV) Situacionalidad comunicativa ( Lugar desde donde se habilita la comunicación ).

V) Intertextualidad ( Relación entre otras comunicaciones que hacen posible esa forma ).

VI) Coherencia ( organización entre las expectativas del emisor y el oyente ).


CONCEPTOS CLAVE DE LA GRAMÁTICA DEL TEXTO:

A) PÁRRAFO: Elemento de organización textual cuya utilidad radica en separar la estructura de un contenido, con el fin de establecer relaciones de jerarquía, implicación o separación entre los elementos y temas del discurso. Existen en la introducción, el desarrollo o la conclusión de un discurso. Y pueden agruparse de acuerdo a las ideas en torno a la intención del discurso en: secuencias, enumeración, comparación, desarrollo de un concepto, o relaciones de causalidad.

B) ORTOGRAFÍA: Codificación de la lengua por medio de la gramática, cuya finalidad es el empleo adecuado de letras y signos auxiliares de la escritura, que son los acentos y los signos de puntuación.


B1) PUNTUACIÓN:

1. Coma: Se escribe coma para separar dos o más ideas diferentes que forman en conjunto una sola oración. Se escribe coma para señalar una pausa debida al cambio del orden habitual entre los elementos de una oración.

2. Punto y coma: El punto y coma supone una pausa menor que la del punto y más larga que la de la coma. En ocasiones, se usa un punto y coma en casos en que se podría usar un punto o una coma, lo que nos indica lo sutil de su uso. Se emplea punto y coma para separar series de elementos dentro de los cuales ya se emplean comas. Es decir, que se usa un punto y coma para separar diferentes ideas-oración dentro de la cláusula.

3. Dos puntos: tienen como misión fundamental la de llamar la atención del lector sobre lo que viene a continuación. Representan una pausa fuerte semejante a la del punto.

4. Punto: es siempre un índice de separa­ción: indica el final de una oración, por lo que hay que tener muy presente que no se debe colocar un punto dentro de ella. Se divide en punto y seguido: para separar oraciones dentro del mismo párrafo, punto y aparte: para separar párrafos y punto final: que indica la terminación del texto.

5. Puntos suspensivos: Son siempre tres puntos que representan una interrupción o pausa larga, indicadora de que la idea ha quedado sin concluir.

6. Paréntesis: Sirven para delimitar el principio y el final de un fragmento intercalado dentro de otra oración, sobre todo cuando tiene carácter explicativo o aclaratorio aquello que se intercala.

7. Comillas: Para enmarcar citas literales y frases hechas o refranes, presentan variantes gráficas: las más habituales son las elevadas (") y las españolas o angulares (« »). Su uso es el mismo.

8. Raya: Para sustituir al paréntesis cuando intercalamos una oración dentro de otra.

9. Guión: Se utiliza para separar sílabas de una palabra a final de renglón, separar los dos miembros de una palabra compuesta que no forma unidad o separar fechas que indican un período.

10. Signos de admiración. Se colocan al principio y al final de una palabra, frase u oración que expresa una fuerte emoción.

11. Signos de interrogación: Formulan una pregunta.

B2) ACENTUACIÓN.

  1. Se acentúan todas palabras agudas que terminan en vocal, o en n o s solas. Ejemplo: tam-bién, ja-más, se- gún.

  2. Las palabras agudas que no terminan en vocal, o en n o s solas, nunca se acentúan. vir-tud, na-cio-nal, re-loj.

  3. Nunca se acentúan las palabras llanas que terminan en vocal, o en n o s solas. Ejemplo: me-dios, lla-na, re-ve-la.

  4. Las palabras llanas que terminan en otras letras siempre se acentúan (a estos efectos no se considera la letra x representada por los fonemas /k/ + /s/, sino como tal, y por tanto, las palabras llanas terminadas en x llevan tilde). Ejemplo: di-fí-cil, cár-cel, au-to-mó-vil.

  5. Todas las palabras esdrújulas se acentúan. Ejemplo: ás-pe-ra, es-drú-ju-la, ca--li-co.






[1] Alfonso Mendiola Mejía. Bernal Díaz del Castillo. Verdad Romanesca y verdad historiográfica. UIA. México, 1995. p.53

[2] Ver Cantú, Flores y Roque. Comunicación oral y escrita. CECSA/UANL/Patria. México, 2005.

[3] Curso de Lingüística general. Alianza Editorial. México, 1992. p.42-43.

[4] “La sintaxis no asegura la escisión de la lengua, lo que ya ha hecho la constitución del signo en el sistema cerrado y taxonómico. La sintaxis, por depender del discurso y no de la lengua, está en el trayecto de regreso del signo hacia la realidad”. Paul Ricoeur. Estructura, palabra, acontecimiento. En André Georges Haudricourt (Edt). Estructiralismo y lingüística. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires, 1969. p.88

jueves, 4 de marzo de 2010

¿Qué es la Edad Media?

por Ramón Ramìrez


Se conoce a nivel popular y como efecto de la enseñanza de educación básica, a la Edad Media como un período en la historia de la cultura occidental que comprende desde el siglo V al XV d.C., con una línea de tiempo en la cual se gesta la caída definitiva de la antigua cultura clásica y se establece una forma de vida agrícola caracterizada por escasos avances tecnológicos, intelectuales y artísticos. Hay muchos autores —casi hasta mediados del siglo pasado— que llegaron incluso a la adopción de un término peyorativo gestado en los siglos XVIII-XIX, bajo el rótulo de oscurantismo.
Dicho término, agregaba, además de la identificación de esta época con un ambiente de precariedad económica y nulo desarrollo cultural, una perspectiva de fanatismo e intolerancia religiosa por medio de la relación de eventos como las cruzadas o la caza de brujas que según autores representativos de esta tendencia, marcaron a esta época como un auténtico retroceso en todos los ámbitos socioculturales.
Hoy en día, sin embargo, es difícil sostener una interpretación tan sesgada y pobre del pasado acontecido en esa época, pues una gran diversidad de estudios históricos e historiográficos llevados a cabo en institutos, centros de investigación y universidades —principalmente europeas— han contribuido a minar esta imagen negativa y postulan una visión integral y contextuada de ese pasado. Por ello, sabemos que el diablo no es como lo pintaban aquellos sabios ilustrados que buscaban desesperadamente una sólida justificación para sus ideas (esas sí muy atinadas) sobre la separación entre iglesia y estado o los científicos del s.XIX ávidos de presentar un esquema evolutivo y ascendente de la racionalidad humana en estadios con desarrollo progresivo. Alfonso Mendiola Mejía, historiador mexicano especialista en esta época describe de una forma muy precisa el origen de este malentendido: “La expresión Edad Media llegó a nosotros después de haber pasado por tres etapas anteriores que son el Humanismo renacentista, la Ilustración y el Romanticismo. (Mendiola, 1995:28)

Todas estas épocas con sus propias reglas de interpretación y sus formas de organización del saber histórico determinaron ese significado poco preciso y bastante simple, pero, en la actualidad, la Edad Media, se ha convertido en un término con un significado cultural mucho más amplio, que tiene en su haber una gran cantidad de cambios en diferentes elementos y circunstancias, por lo que hablamos de mil años que de ninguna manera son estáticos y decadentes, si no de períodos de transición en diferentes puntos, sean económicos, artísticos o intelectuales. En este pequeño texto, me propongo identificar esos elementos y brindar una perspectiva incluyente para abordar este período de la historia, tan rico y con una multiplicidad de formas que permiten observar con nuevos ojos aquella información que de alguna manera hemos recibido sin suficientes elementos para su crítica y análisis.


Estudiar la Edad Media: su periodización

Por lo general, las referencias históricas en su enfoque hacia culturas y civilizaciones nos ofrecen cortes de tiempo establecidos por factores bélicos, políticos y económicos (nacimiento, auge, decadencia de una cultura) como punto de partida para estudiarlas. Esto representó una gran dificultad al trasladar dicha fórmula al Medievo.
La razón es que en la Edad Media, a diferencia de lo que sucedió con las llamadas civilizaciones agrícolas, la cultura griega o el imperio romano, no es posible concretar la observación en el desarrollo de una sola civilización que durante un largo período luchara por mantener su hegemonía territorial, si no que la Edad Media es en sí misma una época de diversidad y fragmentación.

Para facilitar el estudio de esta época de confusión y multiplicidad, los medievalistas sugieren caracterizarla en dos partes, una denominada Alta Edad Media (s.V-X d.C.) que inicia con la caída del Imperio Romano en su sede occidental en el año 476. Aunque ya antes de esa fecha, alrededor del s.III se establecieron definitivamente en calidad de reinos federados, los visigodos, suevos y ostrogodos, algunos brindando fuerza militar en apoyo al cada vez más frágil y decadente imperio; sería una segunda oleada de grupos de origen germano hacia el s.V. d.C., la que terminaría por consolidar en definitiva el nuevo rostro de Europa, en la cual jugaron un papel determinante los francos tanto por su poder militar como por su capacidad para extender el cristianismo que habían adoptado en un época bastante temprana de su dominio y asimilación simultánea. La figura histórica importante con que se identifica al final de este período es Carlomagno, el rey de los francos que reinstaura de nuevo un poder imperial fundado en la antigüedad imperial romana, pues no en vano este rey bárbaro reclama para sí mismo el título de Imperator Augustus.

La Baja Edad Media (s.XI-XV d.C.), en cambio, es una época caracterizada por la aparición del feudalismo, la realización de eventos (mezcla de militarismo con religión) como las cruzadas, el resurgimiento del comercio con la producción de bienes y servicios y la formación de los primeros estados nacionales. Este grupo de sucesos permitieron el impulso de dos trayectos culturales que habían quedado configurados luego del triunfo carolingio: resurgimiento de la escritura (marcada por la doctrina escolástica de Santo Tomás), el comercio y las ciudades. Hacia el reinado de Federico Barbarroja (1157) incluso se creó una entidad política militar conocida como Sacro Imperio Romano Germánico, que da cuenta de como se intentaba retornar constantemente en diversos momentos a la antigua cultura clásica romana combinada con el cristianismo.


La estructura social de la Edad Media

Al iniciar la Edad Media, diversos grupos de los que en Roma llamaban “barbaros”, pueblan y dominan Europa: visigodos en España, la península itálica con los ostrogodos y lombardos o los anglosajones en Inglaterra. En cierto sentido hay un desorden y una tendencia a la regionalización con ataques constantes entre pueblos y aldeas, incluyendo guerras feroces de rapiña y saqueo. Fue hasta la aparición del rey merovingio Clodoveo I (466 511) de estirpe germánica que comenzó una tendencia a la unificación gracias a la anexión de la aristocracia galorromana y la Iglesia Católica bajo acuerdos de gobernanza. Con los merovingios, los francos emprenden el esfuerzo de unificación política más grande de ese tiempo y que más tarde van retomar quiénes los destronarían del poder, los carolingios (s.VIII-X).

En esta época se van gestando las formas sociales de dependencia que serían características de los poderes militares y territoriales de la Edad Media: el señorío y el feudalismo. A partir de la práctica de encomendación sostenida en los reinos francos, se instaura la relación de vasallaje, es decir, una relación de dependencia entre los guerreros domésticos para con diferentes niveles de la aristocracia. (Boutruche, 1980:139-140)

La organización y regulación de las relaciones sociales, se establece por medio de un régimen de concesión territorial con una estructura de dependencia entre bienes y servicios, la cual se denominaba feudo y que contenía una estructura de niveles jerárquicos emanados del soberano a través de duques, condes —de castillo y de país— y marqueses.

Gracias al éxito de este proceso de vinculación el señorío se convierte en un poder rival para los reyes que más tarde es puesto a prueba con el incremento de vasallos en tenencia territorial propia y no en morada asignada por el señor, pero en esencia, además de su influencia en la organización económica, el señorío es la institución que dio forma al poder militar medieval por excelencia, la caballería, ya que una de sus obligaciones contraídas en este régimen fue la defensa, construcción y manutención del castillo, refugio de todos los habitantes de la villa. (PAL:1986, 80)


En el siglo XIII, la cultura caballeresca se constituyó en una estructura coherente y bien delimitada de la sociedad, gracias a que encarnó los valores dominantes de la cultura, es decir, los antiguos nobles y aristócratas se reconocen también bajo la idea de superioridad y dominio como caballeros bajo la idea de proporcionar un servicio de protección y salvaguarda necesario para toda la sociedad. La nobleza reclama privilegios en función de méritos y servicios prestados al reino. (Duby, 1973:209)
Las otras formas de vinculación que se convierten en estructura social en la Edad Media, son el trabajo y la religión. El primero, es representado por los campesinos, ya que la actividad agrícola es la que proporcionaba la mayor cantidad de recursos. El trabajo agrario se realizaba por medio de pequeñas unidades de producción con base familiar las cuales eran administradas por un señorío que ya en el s.XII se convertiría en renta-feudal. La unidades de producción familiar campesina se encontraban insertas en las mismas redes de dependencia que los señoríos territoriales con la única diferencia que para el campesino había la opción de vivir en servidumbre o libertad (Valdeòn,1996:8).

El trabajo antes de la época feudal seguía esquemas despóticos y de desarrollo local, la esclavitud era una práctica común, pues tanto reyes como nobles no tenían necesidad de mostrar deberes y obligaciones respecto a sus subordinados. Más tarde, con los francos, la relación de vasallaje y encomendaciòn —en la cual se gesta el señorío— también se aplica a la noción de trabajo ya que un señorío territorial reclama labores de la servidumbre campesina dentro de una relación de encomienda, en la cual se daba protección a cambio de trabajo y sumisión. Esa es una nueva forma de esclavitud en cierta manera disfrazada por un acuerdo sostenido entre ambas partes, pero a diferencia de la relación despótica de la primera época se tiende a una fórmula de servidumbre normada por deberes y obligaciones mutuas.
Hacia el año mil una buena cantidad de revueltas rurales motiva la instauración del régimen feudal, en el cual se elimina formalmente la esclavitud pero, no en función de la promoción de la libertad como un valor social, si no que se sustituye por la adopción de normas y deberes de ambas partes en vínculos de protección y servidumbre, aunque de manera ventajosa para los señoríos, quienes obtienen rentas por casi todo: desde el trabajo agrícola hasta la caza en bosques. (Bois:1997)

El feudalismo es el régimen laboral, económico y social que marca la segunda mitad del Medievo. Pues establece una clara diferencia entre señores y campesinos, los cuales en su mayoría adoptan el régimen de servidumbre, mientras que un número muy pequeño vive en calidad de libre como comerciante, artesano o pequeño propietario en las ciudades a cambio del pago de tributo o la prestación de servicios militares a pie. (PAL:1986,79)
El otro proceso de vinculación social de primera importancia en esta época, es la religión, que atraviesa por tres movimientos de clara tendencia ascendente en su relación con el poder: la cristianización de los jefes bárbaros y la consolidación de la Iglesia como uno de los poderes involucrados tanto en la cultura material y no material, presente tanto en la educación como en las disputas políticas y territoriales. Tras este proceso, el tercer aspecto fue sin duda culminante de este desarrollo gradual y continuo del poder eclesiástico, la ostentación de la fuerza política y su alianza con la aristocracia militar en el fenómeno conocido como Las cruzadas.

Desde finales del siglo XI hasta la segunda mitad del siglo XIII las Cruzadas ocuparon un lugar central en la historia europea, esta época coincide con un visible ascenso económico de la aristocracia surgido del trabajo agrícola y la aparición de las ciudades que posibilitaron nuevos centros de intercambio para los excedentes de producción, con lo cual se renovó la actividad comercial. La Iglesia, canaliza este escenario gracias a las demandas de movilidad social de nuevos campesinos sin tierra y los hijos segundones de familias aristócratas, por medio de campañas militares destinadas a la recuperación de lugares emblemáticos del cristianismo. (Ver Martìn:2007)

Los renacimientos de la Edad Media

El término Renacimiento se ha reservado por lo común al esfuerzo de sabios, eruditos y artistas del siglo XVI por retornar al pasado grecolatino y sus reglas de representación estética. Otros autores, incluso, hablan de un reencuentro del papel antropocéntrico de la cultura que daría origen a la sociedad moderna.
Sin descartar que algunos círculos de artistas e intelectuales de finales del siglo XV hayan encarnado este ideal cultural, en general, se desestima el papel que desempeñaron en su momento, otros intentos anteriores de reencontrar el orden y los ideales de la antigüedad grecorromana. En este caso, son los renacimientos de la Edad Media a través de dos formas, la carolingia (742-814) y la aparición de las ciudades (s.XI) quiénes ofrecen la posibilidad de repensar el legado cultural occidental.

Se le llama primer renacimiento al proceso de formación educativa auspiciado por el emperador Carlomagno (742-768), quién intentó sostener en los reinos francos el legado cultural romano, por medio de la fundación de centros de enseñanza para los aristócratas, que servirían de base a los cuadros políticos, administrativos y eclesiásticos del imperio. (Matthew:2005, 56)


El segundo renacimiento, surge en el siglo XI y es considerado por muchos autores como la clave imprescindible para entender los cambios gestados en el siglo XVI, pues echa a andar los recursos económicos y demográficos sin los cuales, no se hubieran desarrollado las ciudades, claves indispensables para entender la nueva complejidad social de la época, en la cual hay comercio intensivo, redes burocráticas extensas, nuevas reglas de movilidad social y aparecen, también procedentes de ese entorno urbano, las catedrales, primero motivadas por las formas conocidas del pasado rural inmediato anterior (monasterios, castillos) y luego, en franca innovación estética y tecnológica a través del estilo gótico.
Ambos renacimientos, se constituyen también en esfuerzos importantes por desarrollar tanto el pensamiento como la educación. Grandes figuras de la filosofía como San Agustín de Hipona (354-430) o Santo Tomás de Aquino (1225-1274) impactan a cada uno de estos reencuentros, ya sea como en el caso de la filosofía agustina con Carlomagno, por influencia, o en el caso de Santo Tomás, expresando la síntesis cultural de una época a través de un sistema, como en el caso de la escolástica.

Bibliografìa

Bois, Guy. (1997). La revolución del año mil. Grijalbo-Mondadori. Barcelona, 1ª edición.
Boutruche, Robert. (1980). Señorío y feudalismo. Siglo XXI. Madrid, 3ª edición.
Duby, Georges.(2000). Hombres y estructuras de la Edad Media. Siglo XXI. México, 8ª edición.
Martìn, José Luis. (2007). Las cruzadas. Dastin Export. Madrid.
Matthew, Donald. (2005). Europa medieval. Ediciones Folio. Barcelona, 1ª edición.
PAL y varios. (1986). La Alta Edad Media. Bilbao.